El cuarto escenario de peligroes la judicialización de la práctica médica, inducida en
gran parte por la sociedad exigente de los últimos treinta años. Una judicialización
estimulada por la práctica anglosajona de buscar la compensación por el daño
causado, con independencia de la intención, de la dedicación y de la imprevisibilidad
del acto clínico. En este ambiente surge el juego entre lo esperado y lo conseguido, lo
hipotético y lo real, y, en el fondo, la obligación —pretendida— de curar y la culpa,
sentida o exigible por no haberlo conseguido. Este escenario nos lleva a la medicina
denominada defensiva que, en aras de la seguridad jurídica, adultera la
responsabilidad intrínseca del profesional porque le permite escudarse en la nube de
pruebas, necesarias o no, que se hayan hecho en este caso.
En estos cuatro escenarios: ¿dónde quedan el encuentro con el paciente, el respeto,
la compasión, la solidaridad, la confianza mutua?
Por suerte, en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio, dice
el Dr. Rieux, —Bernard Rieux—, en la Peste. Mientras la plaga hace estragos en la
ciudad cerrada (aislada) el médico se empeña en construir y reconstruir significados,
lógicas y fines allí donde parece que no haya ni lugar para la esperanza.
Al médico del siglo XXI le corresponde inaugurar, o reinaugurar,un quinto escenario,
que es el del difícil equilibrio entre el tú y el yo, y el vosotros y
nosotros.Eltú, el
paciente, el yo el médico, el vosotros la familia y la sociedad, el nosotros la profesión
médica y toda la cohorte sanitaria. Hay que luchar con todas las fuerzas contra la
despersonalización que conduce al desinterés. Este es el reto.
Lícitamente podemos preguntarnos: ¿Es posible elquinto escenario? ¿Un escenario
que sea una oportunidad en vez de una amenaza? Y la respuesta es sí.
¿Por qué, sí?Porque siempre habrá unos ojos que claman y a su vez siempre habrá
unos ojos que miran, que atienden y
comprenden.Elhombre es —o debería ser—un
objeto sagrado para el hombre, sentenciaba el Séneca.
El hombre debe ir al encuentro del hombre. Buscar en el otro el rostro que me afronta,
que se me hace presente, que me interroga, en el sentido de Levinás, el otro que en
cierta forma me construye, o me reconstruye, en la relación que establezco con él.
Retornando a Aristóteles seria ir a la búsqueda del animal cívico, de aquel que
encuentra al otro a su lado y reconoce que también gracias a él es quien es. De aquí
nace, o puede nacer, la preocupación por el otro al que no estoy enfrentado sino con
el que comparto, porque no olvido que mi yo es el resultado de que alguien, o muchos
alguien, han cuidado de mí. (Levinás. Ética e infinito.)
Y aquí se nos revela el otro como persona y no como enfermo solamente, en sus
cuatro dimensiones en el pensar de Mounier, una persona que es presencia,
encuentro e intersubjetividad, que nos reclama disponibilidad, compromiso y dación,
como expone Gabriel Marcel en su filosofía.
En esta encrucijada, s
i me pidierais un consejo, uno sólo, simple y breve, que os
pudiera definir cuál es la responsabilidad del médico ante su paciente, os diría una
cosa: miradlo, miradlo a la cara, con respeto y con franqueza, miradlo aunque sea tan
sólo unos breves instantes, aquellos, los justos que os permitan sostener la mirada
para preguntaros algo, a un mismo tiempo tan sencillo y tan difícil: ¿qué puedo hacer
yo por él, por este ser humano doliente y sufriente? Y una vez adivinado, o conocido,
aquello que puedo hacer, si somos verdaderos médicos, no tan solo personas que
llevan el ropaje de médicos y que usan los instrumentos de los médicos, sino médicos