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En este ámbito nopodemos olvidar el papel ambivalente de los protocolos. Por una

parte sean bienvenidos por útiles como guías, aunque, estando de acuerdo en la

estandarización del cuidado, reconoceréis que pueden derivar a una práctica rutinaria.

Hago tal o cual cosa porque lo dice la medicina de la evidencia (y se nos llena la boca

al nombrarla). Ya parece que no haga falta justificar qué hacemos y porqué lo

hacemos, lo marca el protocolo. En el protocolo me siento seguro, fuera del protocolo

existe el riesgo. Nos hemos echado en brazos de la ciencia del medicar y nos hemos

alejado del arte de tratar. Y si el protocolo también me cubrede las consecuencias que

se deriven de su aplicación, mejor que mejor. Despersonalización una vez más.

También la medicina socializada, impartida en el ámbito de un sistema asegurador

colectivo y universal, contribuye a aumentar la distancia entre el profesional y el

paciente. Porque éste sistema protector, generoso y benéfico, tiene sus insidias y nos

acecha con sus trampas.

Previendo esto, Edmund Pellegrinose propuso, durante más de 50 años, construir una

visión ética de la ciencia aplicada a la salud, que fuera más allá de una ética centrada

en los principios, o de una práctica meramente virtuosa de la profesión en lo moral, o

de un enfoque casuístico o consecuencialista de la atención médica. Para ello acudió

a la filosofía del ágora, de la plaza pública, una filosofía del pueblo, como no puede ser

de otra manera.

Repasemos cuales son los temas sanitarios candentes en el momento actual: las listas

de espera y el racionamiento de los cuidados (véanse los conflictos en el tratamiento

de los enfermos de hepatitis C), las paternidades o maternidades arrendadas,

prestadas, traslocadas, el derecho o no al suicidio asistido, la selección de embriones,

el cambio de sexo, los trasplantes de cara o de extremidades, la investigación en

enfermedades raras, el perfeccionamiento biológico de la raza humana, entre

otros.La

ciencia no podrá transitar por los difíciles y costosos caminos que se adivinan —y

avecinan— sin un acuerdo social y un debate razonable de todos los actores de la

obra.

Lejos ya de la etapa paternalista y a punto de superar la fase autonomista, se entra de

lleno en la era de la multiparticipación. Ya no existe un médico y “su” enfermo, sino

que existe un ciudadano, sano o enfermo, amparado por un sistema sanitario que le

da cobertura (total o parcial), un ciudadano que recibe atenciones de médicos,

enfermeros, trabajadores sociales, nutricionistas, fisioterapeutas, a su vez regulados

por unos gestores que tienen un presupuesto y establecen prioridades. Es la época de

lo colectivo, del bien común, de la decisión política de la salud a merced del acuerdo

general. Es la dinámica de la inversión (de tiempo, dinero, conocimientos) y

resultados. Es la dinámica de balances de pérdidas y ganancias

Y este segundo escenario conduce a unaresponsabilidad que fluye de aquí para allá,

sin descanso. Parafraseando a ZymnutBauman,podríamos hablar de la

responsabilidad líquida, aquella que circula de un actor a otro, sin parar, pero que no

reside exactamente en ninguno en concreto.

Un tercer escenario de riesgo es el de la autonomía del paciente ejercida a ultranza.

Sería aquella situación en la que el paciente informado, muy bien informado, escoge

libremente entre las opciones que se le ofrecen, como aquel que lee la carta del menú

y pide un plato, el que le apetece. Estaríamos ante la responsabilidad blanda del

médico. El paciente ha decidido, allá él con las consecuencias.