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Frente a la división, el fraccionamiento, la atomización podemos llegar a decir, ¿dónde

están el enganche, el enlace, el encadenamiento responsable?

Hemos pasado de la medicina individualizada (un médico, un paciente) a la medicina

colectiva (un paciente y varios —numerosos— profesionales). Y llegados a este punto

debemos preguntarnos con toda humildad, pero al mismo tiempo con todo el orgullo

posible: ¿queremos ser una pieza del engranaje, un simple cerebro entrenado —en el

mejor de los casos hasta la saciedad— para dar respuestas acertadas, o por el

contrario nos consideramos una persona hecha médico, que aquí y ahora afronta el

problema (quizás el segmento del problema) que le ha tocado, toma la decisión y la

comparte, mirando siempre el bien del paciente?Porque si no lo hacemos así,si nos

escondemos en el grupo,nos habremos automatizado si remedio y dejaremos de ser

médicos para ser cajas —o quizás pozos—, de conocimientos y habilidades, y poco

más.Llegados pues a este punto, vemos que es fácil caer en la trampa de la

corresponsabilidad minimizada, disminuida, minúscula diríamos, con el consiguiente

alivio de la conciencia de cada uno.

El médico, en la era actual, probablemente sea un eslabón de la cadena asistencial.

Cierto, pero no es un eslabón cualquiera. Es (o debería ser) un eslabón vivo,

consciente, reflexivo, influyente y también responsable en su quehacer cotidiano. Si

así no fuera, estaríamos ante el médico roto que describe Jaspers en su libro “La

práctica médica en la era tecnológica”.

No tengamos ninguna duda, lo que ocurre con nuestros pacientes es el resultado de

un conjunto de decisiones, acciones u omisiones de todos y cada uno de nosotros. Lo

que haya sucedido puede ser una fatalidad, pero en todo caso, cada uno deberá

responder de lo que hizo o de lo que dejó por hacer, reconociendo la autoría y

rindiendo cuentas ante los demás.

Queda pues expuesta la primera cuestión que trata de la responsabilidad

compartidadel trabajo en equipo y del riesgo de escondernos detrás o dentro de ella.

Sería la responsabilidad disgregada (o si lo queréis minúscula y dispersa de la que os

hablaba hace poco)

La segunda amenaza, la segunda trampa,que quiero plantear, es la del

distanciamiento con el paciente. En parte enlaza con la primera cuestión, porque

aceptareisque al compartir decisiones diluimos responsabilidades y con ello es fácil

que pueda flaquear el compromiso y se produzca alejamiento.

Pero existen más razones para pensar que, en el momento actual, nos estamos

alejando de los pacientes. Una de ellas es la presencia —¿sería exagerado decir la

omnisciencia?— de las máquinas. El recurso constante al dato exacto proporcionado

por las imágenes radiológicas, tomográficas, por las biopsias, los resultados

bioquímicos… ¿Doctor cuanto azúcar tengo, doctor se ven piedras en la ecografía,

doctor cual es el resultado de la biopsia…?Esperamos y tenemos diagnósticos más

precisos, más tecnificados, a día de hoy imprescindibles e insustituibles, pero que

alejan al enfermo del profesional que le trata, porque muchas veces el discurso se

centra sobre lo que ha dicho la máquina, no sobre qué dice el médico ayudado por la

máquina. Y en este trance el médico puede alejarse del pacientesin darse cuenta.

Usted no tiene nada, los análisis y las radiografías son normales. Si el aparato no me

dice lo que tiene, o por el contrario, como que dice tal cosa haremos tal y cual otra.

Nuevamente aparece la pendiente resbaladiza hacia la despersonalización.